Os juro que cuando comenzaron las Vueltas de San Juan en el Paseo de San Julián, no sabía si estaba en Madrid, en la calle Ferraz; en Pamplona, en los Sanfermines de los años 70, o en Nájera, mi ciudad natal. Todo era kafkiano: el Paseo se había convertido en ribera; las primeras Vueltas fueron insensatas carreras; el círculo de los niños y las niñas fue literalmente asaltado, y el folclore Sanjuanero fue cambiado por infames proclamas políticas. Casi al final, cuando fueron llegando cuadrillas najerinas, pudieron incorporarse las personas que hasta entonces estuvieron privadas de dar las ansiadas Vueltas. Al iniciar el recorrido hacia la Plaza de España, a pesar de haber menos gente que otros años, la cosa siguió igual: los Músicos tuvieron que sudar sangre para poder abandonar el Paseo, cruzar el puente de San Juan de Ortega, recorrer la Calle Mayor y llegar a la Plaza de España. Una vez allí, cuando finalizaron las tres Vueltas, comenzó la anunciada tormenta, y enfrió un poco los ánimos. Ello no evitó, empero, que se produjeran desvanecimientos en La Zona. Alcohol y calor son una mala mezcla. Y lo peor de todo es que quienes tienen que velar porque esto no ocurra, se comportan como si con ellos no fuera la cosa.
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