miércoles, 27 de octubre de 2010

El Paseo.

Al igual que mi bienamado río Najerilla, el Paseo significó tanto para nosotros, que escribir sobre él me produce más dolor que placer, por lo que en nuestros tiempos fue y representó y por lo que ahora mismo es y representa.
En la época de la que les hablo, el Paseo lo conformaban interminables hileras de “plataneros” (en realidad se llaman plátanos), dos de ellas a los lados y una en el centro, flanqueadas por árboles gigantescos y centenarios, en la parte de abajo, del Camping El Ruedo hasta la estatua de San Fernando, y por frondosas choperas en la parte de arriba, del Camping hasta el conocido como Molino de San Julián, donde se juntaba con feraces huertas, flanqueadas también por frondosas choperas. Sólo el riachuelo conocido como “muelo”, separaba al uno de las otras.
La plantación, a pesar de lo que hoy puedan pensar algunos iluminados, estaba hecha de una forma tan sabia, que en los calurosos meses de primavera y verano disfrutábamos de una umbría deliciosa, y en los fríos meses de otoño e invierno gozábamos del reconfortante calorcillo que los divinos rayos de sol que por él penetraban nos proporcionaba, gracias a que tanto las frondosas choperas como los gigantescos y centenarios árboles que lo flanqueaban eran de hoja caduca, para que este milagro en cada estación se produjera.
Hoy, desgraciadamente, lo que de él queda es una triste y grotesca caricatura, y mucho me temo, que en muy poquito tiempo, si alguien no lo remedia, nuestros nietos tendrán que recurrir a las hemerotecas para tener sobre él alguna referencia.
Pero volviendo al relato, que es lo que de verdad importa, como ya les conté a ustedes en “recuerdos de infancia”, desde muy chiquiticos acudíamos a él a jugar, a bailar, a pasear, a dar las vueltas, a vivir los recreos... Después, cuando fuimos más mozos (aún le robábamos las rosas más hermosas a mi caro Don Emilio, para dárselas a las chicas como prenda de amor, mientras les estampábamos un largo y apasionado beso en la boca), sobre todo en verano, pasábamos horas y horas sentados en alguno de sus bancos, contemplando a las chicas que por él paseaban bajo la luz de la luna (las bombillas de las farolas estaban siempre rotas), mientras nos metíamos entre pecho y espalda un montón de bolsas de pipas Facundo, sin que nos importara ni mucho ni poco que el toro se hubiese ido de este mundo sin probarlas.
Los domingos y festivos, antes de entrar a bailar al San Fernando, a pleno sol, subíamos y bajábamos por él cantidad de veces, luciendo nuestros cuerpazos toreros, con la intención más que clara de ligarnos a alguna de las muchas jovencitas que, al igual que nosotros, paseando y disimulando, querían conocer (elegir sería más correcto decir) a la luz del día, a quien iba a estar con ellas durante más de dos horas, bailando bien arrimaditos en la penumbra de la sala, hasta que la estruendosa música de “suelto” y las delatadoras luces que anunciaban el final, de las nubes los bajara.
A veces, queriendo emular a “Tarzán”, nuestro héroe de la infancia, intentábamos recorrernos todo el Paseo por lo alto, sin pisar el suelo, pasando de plátano a plátano por las ramas. Huelga decirles a ustedes, que a pesar de los muchos que había y de lo juntas que tenían sus ramas (estaban casi emparradas), nunca conseguíamos la hazaña. No obstante, por aquello de la terquedad que esa bendita edad lleva aparejada, buscábamos una rama delgada y consistente cerca de algún banco, y nos dedicábamos, lanzándonos (desde el banco, se entiende) por los aires para asirla, a columpiarnos y... a rompernos la muñeca, el brazo o una pierna.
En alguna ocasión (esto que no salga de aquí, ¿eh?), cuando ya había anochecido y estábamos hartos de hacer el zángano, saltábamos la valla de la piscina y, en pelota picada, nos dábamos luengos y refrescantes baños bajo la luz de la luna, tirándonos del trampolín haciendo en el aire toda suerte de piruetas. Esta hermosa aventura, empero, duró muy poco tiempo, porque algunos energúmenos (en todo tiempo los hubo) que nos vieron u oyeron, entraron un par de noches a la envidia cochina, y lo dejaron todo cual si hubiera pasado por allí el caballo de Atila, por lo que, a partir de aquellas noches fatídicas, siempre estuvieron vigilándola los policías.
Una tarde de sábado o domingo, no lo recuerdo muy bien ahora mismo, cuando más personal había en el paseo, tras desnudarnos tranquilamente en la estatua de San Fernando, y dejar bien colocadita la ropa alrededor de las cadenas, ante la estupefacta mirada de la gente, celebramos una carrera en calzoncillos que terminó, como era de esperar, cogiendo nuestras ropas como pudimos, y saliendo pitando cada cual por un sitio, porque alguna persona mayor había llamado a la policía. Ya saben ustedes, que para estas personas, ser joven es una ironía.
De los escarceos amorosos que en él y en sus frondosas choperas vivimos, para no repetirnos, ya les hablaré a ustedes en otros relatos. Baste decirles por ahora, que en nuestra ciudad siempre se dijo, que los Plátanos del Paseo están todos torcidos de tanto remar (o empujar, como ustedes quieran) sobre ellos las parejas.
Fueron tantas y tan hermosas las cosas que en él vivimos (desgraciadamente hoy se vive de espaldas a él), que podría escribir un inmenso libro, y aún no le haría justicia.
Ahora mismo, cuando estoy clasificando el correo y por casualidad suena en mi pequeño transistor alguna canción de los Beatles (esta música estaba íntimamente ligada a él), siento irrefrenables deseos de salir de mi casa corriendo, al encuentro de amigos que me esperan en el Paseo. Amigos a los que he querido con toda mi alma (alguno de ellos ya ha muerto), y que sin embargo, a pesar de estar con ellos durante años, jamás me atreví a decírselo. Amigos de los que no disfruté en toda su plenitud, porque nunca fui el protagonista de aquellas maravillosas vivencias, sino un simple testigo. Amigos a los que nunca abracé, por más que hacerlo hubiese querido. Amigos con los que compartí muy poca cosa, a pesar de creer que lo compartí todo. Amigos, en fin, que nunca sabrán cuánto los quise y los quiero. Cuánto los recuerdo y añoro, riendo y llorando con ellos, en mi más íntimo y sagrado silencio. Daría gustoso mi vida por volver a estar con ellos, aunque sólo fuera un momento, para abrazarlos, besarlos y confesarles a la cara, estos hermosos y dolorosos sentimientos.

6 comentarios:

atila dijo...

Con la de lugares que hay en Nájera para hacer un complejo piscinero como el que se van a montar (ejemplo en los Barrios Altos que no tienen nada), el que tengan que destrozar el Paseo es de locos o si lo pensamos mejor de muy cuerdos porque tras eso van los adosaos y su desaparición total. ¡Que pasión tienen por joerlo todo!. Piscina cubierta, vale, estupendo, pero en otro lugar. Además ¿cuanto nos va a costar el bono o entrada? ¿podremos pagarlo?, o quizás piensan hacer como el multiusos que esta restringido para la Feria del Mueble y cuatro más. Veremos que pasa pero van a hipotecar el Ayuntamiento para toda la vida. Para salir de este marrón, la solución está clara: SUBIDA DE IMPUESTOS.

Anónimo dijo...

Este relato removió mi pasado. Lo más hermoso de mi vida comenzó en este paseo y desgraciadamente finalizó no muy lejos de la estatua de San Fernando en una noche muy fria de invierno. Han pasado más de 40 años y sigo recordándola como el primer día. Posiblemente por ello no he vuelto desde hace tanto tiempo. Siempre estarán presentes los plátanos.

Benjamin

Eusebio Hervías del Campo dijo...

Me alegro mucho de haberte servido de algo, aunque el final no fuera como tú lo hubieras deseado. ¡Siempre nos quedará Madrid! Besos y abrazos.

Eusebio Hervías del Campo dijo...

Por muy miserables que sean, ¡que lo són!, mi buen Amigo Benjamín, no puedo renunciar ni a un sólo retazo de mi vida, porque hacerlo, sería tanto como renunciar a mis recuerdos, que es lo más puro que tengo. Por más que me pese, ¡que me pesa!, si formaron parte de alguno de ellos, tienen que formarlo también del recuerdo. Aunque, como ya anuncié públicamente, para mí, los dos están más que muertos. Abrazos y besos.

Anónimo dijo...

¡Por supuesto!. Tampoco yo renuncio a ellos. Es posible que con lo que está ocurriendo, y lo que viene, no tenga tanta importancia en el conjunto de la humanidad, pero cuando tienes los años justos para enamorarte y no resulta del todo bien, es un auténtico drama personal. El banco del paseo en ésa noche "magica", siempre ha estado en mi corazón y acabo de jubilarme, lo cual me permite, entre otras cosas buscar mi pasado. Entre otras cosas éste blog. Espero que solo se el comienzo. Creo que eres más joven que yo, pero a estas alturas ésto yo no cuenta mucho.
Dejé muy buenos amigos en Nájera. No se que ha sido de ellos. Aquí comencé a vivir, con todas las consecuencias.
Gracias por tu sensibilidad.
Un aabrazo

Benjamin

Eusebio Hervías del Campo dijo...

También yo dejé lo mejor de mí en el Paseo. Por eso, cuando veo que los majagranzas que nos gobiernan lo van a arrasar con el cómplice silencio de todos los najerinos, me hierve la sangre; amenaza estallarme el corazón, y en la garganta se me acumula el vómito. ¡Es absolutamente increible, que todo un pueblo permita impertérrito, que le destrocen lo que más lo ennoblece. ¡Y encima tienes que aguantar: que tienes lo que te mereces. Abrazos y besos de un desgraciado en ciernes.

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