Y estéis ahí los tres: Guzmán,
Feliciano y tú, mi buen Amigo Salva, esperándonos al resto. Quiero acordarme
hoy de los buenos ratos que nos hacías pasar con los “fardos de pieles” a todos
los desocupados del pueblo.
-Cuando menos te lo esperabas, a
cualquier hora de la mañana o de la tarde, dependiendo de cuando fuera a venir
el camión a llevárselas, el señor Justino Fernández colocaba su rudimentaria
prensa en la Plaza
de La Estrella -entonces Queipo de Llano-, y comenzaba a
sacar del almacén que allí mismo tenía, centenares de pieles secas de oveja,
para ir colocándolas, con la ayuda de su hijo Salva, amigo mío, por más señas,
sobre la prensa, para hacer artesanales fardos, que nos dejaban totalmente
embelesados a todos los jovencitos que por el Chule Chimi o por la gasolinera
andábamos desocupados. La prensa estaba compuesta por dos plataformas de
madera, una abajo y otra arriba, con hendiduras a lo ancho para meter las
sogas; unas como dentadas ruedas de hierro a los lados, para ir haciendo bajar
con palancas de madera la plataforma encimera, y cuatro puntales, también de
madera, que se colocaban en las esquinas. Cuando ya habían prensado
suficientemente las pieles, pasaban las sogas por las hendiduras, y las ataban
fuertemente para que no se deshicieran los fardos. Y así, uno tras otro, hasta
dejarlos todos preparados para ser cargados.-
Permíteme, Amigo Salva, poner en
tus labios ya yertos, los últimos versos de Don Miguel de Unamuno:
Agranda la puerta, Padre,
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.
porque no puedo pasar.
La hiciste para los niños,
yo he crecido, a mi pesar.
Si no me agrandas la puerta,
achícame, por piedad;
vuélveme a la edad aquella
en que vivir es soñar.