Después de contemplarlas largo
rato, nos dirigíamos a las choperas a fabricárnoslas nosotros mismos con ramas
de chopo que pelábamos intercaladamente para dejarlas a rayas, como las que no
habíamos podido comprar, y nos íbamos ufanos por todo el ferial imitando a los
tratantes, personajes carismáticos tocados con guardapolvos negros y temibles
trallas. Cuando habíamos recorrido una y mil veces la feria y habíamos cerrado
millones de tratos -esto era de mentirijillas-, nos íbamos a comer más
contentos que chupín, para volver a salir -en esta ocasión a la Calle Mayor y
sus traseras- a contemplar ensimismados los expositores repletos de juguetes
colgados en barras de hierro y en los engalanados escaparates, que los
comerciantes habían colocado a modo de reclamo, y a visitar a los barquilleros,
tomboleros, jugadores, charlatanes y demás personajes que hacían nuestras
delicias con aquello de: “Siempre toca, “hay barquillos”, “pruebe su suerte”,
“paquete de tabaco a quien tire las tres cajetillas”, “si me compra esto, le
doy esto y esto y esto más de regalo”… Los mayores -qué suerte tuvieron los
picarones- tenían cine, teatro, pelota, baile, bares y todo aquello que podían
desear, durante todos los días de la Feria. No obstante, a pesar de ser para
nosotros prohibitivo todo aquello, era tan hermoso, majestuoso e impresionante
lo que teníamos en la calle, que no lo echábamos de menos. Cuando yo vivía al
lado del Cine Doga, en la calle Cuatro Cantones, y mi habitación daba al patio
que separaba la antigua cárcel, hoy Museo Arqueológico, en estas fechas siempre
oía llamadas lastimeras de algunos borrachos que, tras haber sido
detenidos por sabe Dios qué causas, se
acordaban por las noches de sus mujeres o de sus madres. Cuando las ferias
terminaban, nuestra ciudad quedaba totalmente vacía y melancólica, ya que
pasábamos de golpe de la juerga y el bullicio, a la soledad, a la escuela y al
frío.
2 comentarios:
La ternera,..., bien buena que estaba!!. Pienso repetir otro año si puedo. Y mucha animación. Buena tarde y además en buena compañía.
¿¡Qué es la vida, sino los recuerdos que tenemos de ella!? :)
Tengo oído que los visitantes de otros pueblos bajaban con uno o varios trozos de Sarmiento o palo, que eran la medida de los zapatos que debían de comprar a sus hijos.
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