Como diría el gran Machado, “en el buen sentido de la palabra, se nos ha muerto un hombre bueno”. Juan Ramón, al igual que su difunto hermano, sus hermanas y sus padres, era un hombre “no contaminado”. Un niño mayor. Creo que no haya reñido nunca con nadie, porque jamás anidó el rencor en su bondadoso corazón. Todos los días nos encontrábamos paseando por el Molino de San Julián, por la ruta del colesterol o por la Calle Mayor. Desde el profundo amor que siempre os he tenido a todos vosotros: habéis sido como mi propia familia, quiero enviaros mi más sentido y sincero pésame, haciendo míos los últimos versos que escribió el gran Unamuno: “Agranda la puerta, Padre/ porque no puede pasar/; la hiciste para los niños/, y él ha crecido a su pesar/. Si no puedes agrandarla/, achícale por piedad/; vuélvelo a la edad bendita/ en que vivir es soñar/. ¡Descansa en Paz!
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