La Carnicería Marisol, la que tan generosamente colabora cada año con la AECC de Nájera, ha llenado de magia navideña nuestro barrio, engalanando el escaparate. Y este hermoso hecho me retrotrae a aquellos difíciles y maravillosos años en los que todo giraba en torno a las tienditas de barrio, aquellas a las que nuestras madres acudían a comprar algo de última hora, con el mandil atado a la cintura y los rulos enrollados en el pelo, cual si siguieran en sus casas cocinando, lavando o barriendo. Estas tienditas de ultramarinos cumplían una función social increíble. En ellas, además de poder comprar fiado, sus dueños ejercían de confesores, psicólogos y abogados sin proponérselo. Las parroquianas se liaban allí a darle a la sin hueso, y salían a relucir todo tipo de chismes, tribulaciones, conflictos, penas y desencuentros. Y, después de alargar la charla hasta el extremo de que a algunas se les quemara el puchero, volvían a sus casas canturriando, henchidas de felicidad por lo anchas que se habían quedado, sin tener que rezar diez Avemarías y un Padrenuestro.
