Los perros se han convertido en los nuevos diseñadores urbanos ambientales de nuestra ciudad. Ellos, con la censurable actitud de sus dueños, han conseguido, gracias a sus micciones y deposiciones, llenar nuestras fachadas de carteles -unos resignados y otros amenazantes-, y nuestras aceras de botellas de agua y de azufre. Para ver el resultado, basta con darse una vuelta por cualquiera de nuestras calles.